MONTESQUIEU APUNTA A LOS POLITICOS ESPAÑOLES.
España nunca se ha tomado
en serio a Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu. Es más, ha
alardeado de ello. En su obra “Del Espíritu de las Leyes” plantea la teoría de
la separación de los tres poderes como fundamento de una sociedad democrática
equilibrada: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Pero en España esa
teoría no se aplica, puesto que el partido que triunfa en las elecciones y obtiene la
mayoría formará gobierno, por tanto el
legislativo y el ejecutivo provienen y responden al grupo
ganador . Además, para cerrar el círculo del engaño, los órganos
decisorios que componen la estructura de los poderes judiciales están constituidos por
juristas afines ideológicamente que
nombran los diferentes partidos en proporción a los diputados obtenidos. Con lo
que de facto, el triunfador dispone de todos los resortes legales para decidir
la composición de los tres poderes que Montesquieu creyó ingenuamente determinantes
a la hora de calificar un gobierno de
democrático. No contaba con los agudos juristas españoles capaces de sacar punta a la norma más
asentada del mundo. Aquí se sale de una
dictadura de años, producto de la victoria de un ejército rebelde contra un régimen
republicano legítimo. Al morir el dictador se decreta una amnistía en 1977 para
favorecer a los que se beneficiaron del golpe de estado, se convierten todos
ellos en demócratas súbitamente, redactan la Constitución más avanzada del mundo, aunque la interpretarán según les favorezca. Así unifican los tres poderes en uno único como
aportación novedosa a la ciencia del derecho. De esta manera a los jueces se
les presiona con subterfugios y los
herederos del Caudillo siguen al mando, ahora en democracia, pero manteniendo sus
privilegios de acuerdo con la Constitución que, curiosamente prohíbe la
amnistía y con la garantía de que cualquier desviación será corregida
convenientemente y en último extremo amnistiado o indultado si de alguno de
ellos resulta condenado, según interese.
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