ELOGIOS POR CUMPLIR
CON EL DEBER.
Últimamente se vienen publicado manifestaciones de
agradecimiento a funcionarios y empleados públicos por el trato exquisito que
han dispensado a algún ciudadano. Se ha llegado a perder tanto la autoestima y
la capacidad para exigir lo que corresponde por derecho y no como un privilegio,
que nos sorprendemos de que alguien cumpla con su deber con naturalidad y
profesionalidad, sin necesidad de elogios ni de felicitaciones. Se ha creado
una casta entre los funcionarios que se han otorgado a sí mismos el derecho a
ser estúpidos con los ciudadanos y éstos lo aceptan con resignación.. Por eso
se sorprenden cuando alguno le trata con naturalidad cumpliendo con su deber. Más
indignante aun es aceptar como
inevitable que sean corruptos, pues todos tenemos una lejana sospecha si
tuviéramos nosotros la oportunidad de corrompernos, no haríamos lo mismo que
ellos y aprovecharíamos la oportunidad. Hemos creado una mentalidad servil y olvidado que en una democracia el
pueblo es el que titular del poder real y que para organizarnos cedemos la gestión a los
políticos y a los funcionarios, por tanto, tienen que estar a nuestras órdenes,
sin acritud por nuestra parte, pero tampoco con miedo de que nos riñan por desconocer
cómo hacer un trámite o, simplemente, porque el funcionario se haya levantado
con el pie cambiado. Es evidente que se han habituado a tener un cierto
complejo de superioridad, pues cuentan con ventajas indudables: el puesto
asegurado de por vida, sueldos razonables y sin riesgos, ritmo de trabajo sin
agobios excesivos. Habría que compararlo con el stress al que se somete a los empleados
privados que pende sobre ellos el riesgo de perder su puesto, realizando tareas
para las que se exigiría más personal, sin atreverse a pedir sus derechos, no sea que
no le renueven el contrato al vencer el humillante que se ha visto obligado a
aceptar por eso de “estas son lentejas…si quieres, lo tomas, si no, lo dejas”.
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