martes, 17 de junio de 2014

SEÑAS IDENTITARIAS DIFERENCIADORAS



SEÑAS IDENTITARIAS DIFENCIADORAS.
Todos los grupos sociales poseen singularidades que particularizan la personalidad básica y la distingue de los demás.  El de USA tiene una visión esperpéntica del patriotismo. Francia es y será revolucionaria, aunque dominada por la extrema derecha. Diplomática y muy orgullosa sin causa. Inglaterra es práctica y se ha aplicado a invadir otros pueblos y vivir la metrópoli a cuenta de sus colonias. Alemania necesita una guerra periódicamente y perderla para reconstruirla y así, acumular riqueza los poderosos, crear  empleo y equilibrar la población.  Rusia siempre ha necesitado un zar, un Secretario General del Partido Comunista o alguien que les mantenga en semiesclavitud. En Italia se  ama el arte, las flores, el buen vivir,  la fe, el Vaticano y  la ópera.  Y España? No tiene signo identitario?. ¡Sí!, Claro. España es el país del honor y de la caballería, aunque con un caballo  renqueante. Aquí tenemos el macho ibérico que ejerce el dominio absoluto sobre la mujer a la que considera de su propiedad. Ella se muestra sumisa por miedo, por ignorancia o porque no piensa: no le han enseñado ni lo necesita. Ya pensará el hombre por ella. El español tiene un principio indeleble: el honor. Para conservarlo  es capaz de morir o matar, pues si se pierde el honor, en España se considera que no somos nada. Aunque tengamos toda la riqueza, pues sabemos que con el honor se puede tocar la gloria. El macho lo ejerce especialmente con la mujer. Ella sabe cual es su rol de segundona, que cumple fielmente con el débito conyugal y que su misión es perpetuar la especie, ser sumisa y el descanso del guerrero. Que el matrimonio es el remedio contra la concupiscencia, por tanto no es para producirle placer. Este está sólo reservado al macho. A veces la mujer piensa y descubre su triste papel, no resignándose a practicar sólo las virtudes de la paciencia y el perdón. Por ello puede que  decida abandonar a su protector. Es entonces cuando surge el honor. El macho no comprende la actitud rebelde  de la mujer y por eso tiene que proteger su honor. Con el detalle de un alquimista organiza una estrategia que finalizará degollándola con un cuchillo carnicero, por impía. Después, se siente satisfecho por haber repuesto su honor y repetirse que “la maté porque era mía”. Con toda la dignidad que produce preservar el honor, va a su rincón preferido, saca la soga con el nudo corredizo y se cuelga del árbol que desde siempre tenía seleccionado por si tuviera defender su honor. Sonriendo, se ahorca cantando “The hanging tree”.

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