Bis COMENTARIOS DESDE EL CONFINAMIENTO.
A veces los humanos no somos conscientes de que un cambio en
nuestros hábitos producen efectos en nuestras vidas que nos sorprendemos al
descubrir que somos más vulnerables de lo que pensamos, pero cuando comprobamos
los efectos sobre todo si son negativos,
se lo achacamos a los demás, que son menos estables que nosotros, que todos
cambian menos nosotros. Es el efecto de la falta de capacidad para la
autocrítica y llegamos a la conclusión de que es la sociedad la equivocada, no
nosotros, y ahí es donde empieza a perderse el sentido común y se cae en los
intentos vanos de justificarnos, cuando
en esa dinámica sabemos que nos dirigimos al precipicio o a la pérdida de los
valores de los que hemos estado satisfechos en épocas anteriores. Estos casos
no aparecen por generación espontánea a pesar de que lo consideramos evolución y progreso. Hay
un origen crítico que la mayor parte no nos queremos analizar porque nos cuesta
revisarnos porque quizá haya que introducir
cambios en nuestras bien consolidadas y
cómodas vidas. Lo cierto es que estamos sometidos a cambios profundos
continuamente y que son los elementos que nos configuran el carácter, nos
modelan la personalidad y si se es coherente, sirve para introducir cambios
positivos en nuestras vidas. Por el contrario, los grandes fracasos de la vida
provienen de acontecimientos puntuales a
las que no nos enfrentamos por múltiples razones y que nos llevan a fracasar y
los fracasos que no se analizan y detienen van a ser el origen de fracasos acumulados
que van a influir negativamente en nuestras personalidades. Las razones son
múltiples y esta del confinamiento derivada de la peste es una de ellas de unas características y
gravedad que nos ha sorprendido e impedido reaccionar con la rapidez y eficacia
con la que confiábamos que la tecnología y la medicina nos había hecho creer
que son realidades imposibles de
repetirse, pues eran de la edad media. Es necesario asumir que esta situación
del coronavirus era casi imposible de imaginar, tanto por su rareza como por la
gravedad de las consecuencias que de ello se pueden derivar, como porque no es nada menos que paralizar la tremenda velocidad
de rotación de la tierra y precipitarnos
al precipicio sin saber hasta dónde vamos a llegar y en qué condiciones. Por
tanto, la primera reflexión que tenemos que hacer es evitar fustigarnos ni autoinculparnos por no haber
sabido cómo reaccionar a tiempo ante
esta situación tan inesperada. Los soberbios nos acusamos de que no hemos
sabido prevenir una situación que vistas los resultados era previsible: los
avisos del planeta tierra era continuos: la contaminación, la superpoblación,
el aumento de la temperatura que derrite los polos, las desigualdades
crecientes entre una minoría privilegiada
sobre una legión de seres humanos que tenemos que trabajar para vivir, pero no
tenemos suficientes trabajos, con lo que se produce una secuencia asesina: los
poderosos tienen la riqueza y los medios para producir y la plebe les presta
sus fuerzas para que produzcan productos que s van a serles vendidos a los que las producen a precios mucho más elevados de los que ellos
les pagan a los pobres por producirlos. Ahora es cuando nos concienciamos de
que lo que ahora es un riesgo incontrolable podríamos haberlo evitado con
relativa facilidad si se consideran los medios técnico que nos ha dotado la inteligencia humana. No surgen las solidaridades, pero todo está en el
aire: quizá sólo sea un susto que se nos pasará, pero puedes ser que esta peste
sea el origen del cambio de ciclo en la
tierra como otros muchos que se han producido en tiempos anteriores como las glaciaciones, la
desaparición de toda vida de la tierra o
la invasión de las aguas por toda la corteza. Ahora no sabemos cómo reaccionar
y nos desesperamos porque no sería imposible que nos enfrentemos al Apocalypsis.
Mis reflexiones sobre este aspecto reconozco que no se ajustan a
los esquemas habituales que me ha enseñado la lógica de la vida y que en casi
todos los esquemas mi razonamiento se
termina tratando de olvidar lo que estoy experimentando a base
de leer todos los libros que tengo pendientes, o escribir mis reflexiones que
he ido acumulando a lo largo de mi vida y que ahora tengo todo el tiempo para
desarrollar, empapuzarme de televisión
manipuladora o reavivar mis convicciones filosóficas que se fundan en la fe, en
la existencia de un Ser Supremo y en otra vida que continúa después de esta
presente.
Reconozco que en esta última tesis me encuentro más seguro y que
me siento razonablemente satisfecho, porque además se trata de continuar en mis
convicciones que nunca he abandonado, aunque sí matizado porque a lo largo de mi existencia he ido evolucionando desde la existencia de un Dios
todopoderoso, infinitamente justo, pero que castiga a los pecadores, a un Dios
del amor, de la misericordia, del perdón, del que defiende a los pobres y va a
enjuiciar a los poderosos que se han aprovechado de todos los medios humanos
para asegurarse la felicidad en esta vida
y después ganar la vida eterna. Asumo que ser creyente no supone un
seguro de felicidad, sino un compromiso en favor de defender a los que menos tienen, de los que mueren
ahogados en el Mediterraneo, de los mendigos despreciados por la sociedad
opulenta que hemos creado entre todos los que hemos mirado a otra parte cuando
hemos visto que molestan, de los que no tienen trabajo, de las viudas que si
quieren comer no pueden pagar la calefacción y los jubilados que son
despreciados por la sociedad insolidaria porque quieren cobrar 1080 € que consideran excesivo.
Ese Dios sí es el que me
puede convencer porque me ha descubierto que todos somos hermanos, que cada uno
de nosotros tenemos unos carismas que nos hacen ser diferentes, pero hermanos,
y que cuando somos solidarios y sufrimos por los demás somos capaces de
vencer a todos los poderosos.
Sí he sacado algunas enseñanzas que no esperaba: el riesgo posible
de que nos hallemos en riesgo de hecatombe planetaria no me aterra; quizá será
porque no tengo forma de defenderme ante esa posibilidad. Tampoco que pueda ser
víctima de la peste, bien sólo contagiado y que vuelva a la vida normal o incluso que pueda pasar al grupo de las
víctimas, pues soy consciente de que estoy en el grupo de los de riesgo por
edad. Creo que por ahora me merece la pena vivir porque tengo buena salud y puedo
disfrutar de la vida, pero si empezara
con limitaciones físicas, o que tuviera que soportar enfermedades o dolencias
que me impidieran tener una vida placentera como la que tengo, no me parecería
trágico que me anunciaran el final, aunque prefiero que no sea ni próximo ni
doloroso. Es cierto que participo en una colectividad humana de la que estoy profundamente satisfecho, creo que es mi más valioso activo,
pero también tengo interiorizado que
siendo un ser solitario me voy a encontrar sin nadie que me acompañe en el
momento crucial en el que todo se acabe, no me hago ilusiones y no lo tengo
solucionado, aunque es una más de las
muchas cosas que no he resuelto en la vida, porque aquí no se viene a
solucionar todo, se viene a vivir en sociedad y armonía con la naturaleza y con
los demás seres humanos, no a acumular ni dinero ni fama ni prestigio, aunque
la mayor parte nos desvivimos por conseguirlo; esa es nuestra incongruencia
vital. Mi esperanza es haber sido una persona honesta y sin buscar la fama,
pues en realidad es efímera. Quiero ser considerado amigo de mis amigos, haber perdonado a los que me hayan ofendido o
que a los que yo a ellos, que me perdonen, tanto a los que se lo he hecho consciente como inconscientemente.
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