“ ABUELARRAK”
En algunos pueblos de la
montaña navarra el término “Abuelarrak” tiene un tono amable, aunque paternalista.
Corresponde a los abuelos jubilados, no abuelas, dóciles con su mujer y las hijas, no con los hijos, para que se ocupen de tareas auxiliares
de la familia en sentido tribal, es decir, al servicio de la familia y las de sus hijas casadas. Nietos a la ikas, sacar
el perro, el pan, ir a la tienda con una lista, los recados; siempre dispuesto a lo que se ordene para evitar broncas de mujer o hijas. La madre suele crear
una república con sus hijas para ir de compras, al cine, tomar café, etc. Al abuelelarra se le asigna una butaca y un libro, pues suele ser aficionado a la
lectura. En su intimidad se siente un trapo inútil y tiene tentación de rebelarse, pero las hijas ya saben qué libro
regalarle. Les molesta que se les asigne
esa misión tan irrelevante, pero no protestan para evitar conflictos y porque
la abuela “ya sabe cómo trastearle”. Si al abuelarra le apetece hacer un viaje,
su mujer tiene la última palabra, pues deben estar todos los cabos atados en función
de los planes de las hijas, de modo que si hay alguna prioridad, el viaje se
suspende. El abuelarra que tiene conciencia de que se le ningunea y exige sus
derechos es mal visto por las mujeres de la tribu, pero se le respeta:
su pensión soluciona emergencias
familiares cuando se produce algún acontecimiento imprevisto, como algún yerno en paro o haya qua ayudar a las hijas a mantener
su status social. En ese caso el abuelarra deja de serlo y se convierte en “ el
viejo raro” que rechaza ser el criado fiel todo terreno. Estos perfiles rebeldes no son
frecuentes, pues desde que se jubila sigue siendo el aita amable, pero firme y que mantiene cierto rigor, soluciona problemas, por lo que se valoran sus virtudes y la rectitud de sus criterios. El abuelarra
genuino es el que ha perdido su personalidad y se convierte en recadista al que
la mujer y las hijas consideran el perro fiel que es apreciado en tanto sea manso y no ladre. Los
sumisos aparentan aceptar con gusto ese rol, pero otros se rebelan, optan por poner las cosas en su lugar correcto
y deciden vivir su vida, pues sienten que se les pasa y todos los planes que se
hacían al jubilarse comprueban que son irrealizables.
En vez de la Barik o viajar con el Imserso habría que impartirles cursillos de
autoestima para recuperar aquel vigor y
personalidad que era su fortaleza cuando
estaban en activo.
2 comentarios:
Muy buena la descripción actual de "El betea", Javier.
Sigue así, deleitándonos con tus palabras.
Un abrazo
Ro: Gracias por tu fina ironía.
Elbetea, no El vetea. Te sigo esperando.
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