jueves, 15 de junio de 2017

"ABUELARRAK"



“ ABUELARRAK”
En algunos pueblos de la montaña navarra el término “Abuelarrak” tiene un tono amable, aunque paternalista. Corresponde a los abuelos jubilados, no abuelas,  dóciles con su mujer y las hijas, no con  los hijos, para que se ocupen de tareas auxiliares de la familia en sentido tribal, es decir, al servicio de la  familia y las  de sus hijas casadas. Nietos a la ikas, sacar el perro, el pan, ir a la tienda con una lista,  los recados;  siempre dispuesto a lo que  se ordene para evitar  broncas de mujer o hijas. La madre suele crear una república con sus hijas para ir de compras, al cine, tomar café, etc. Al  abuelelarra se le asigna una butaca y  un libro, pues suele ser aficionado a la lectura. En su intimidad se siente un trapo inútil y tiene tentación de  rebelarse, pero las hijas ya saben qué libro regalarle. Les  molesta que se les asigne esa misión tan irrelevante, pero no protestan para evitar conflictos y porque la abuela “ya sabe cómo trastearle”. Si al abuelarra le apetece hacer un viaje, su mujer tiene la última palabra, pues deben estar todos los cabos atados en función de los planes de las hijas, de modo que si hay alguna prioridad, el viaje se suspende. El abuelarra que tiene conciencia de que se le ningunea y exige sus derechos es mal visto por las mujeres de la tribu, pero se le   respeta: su pensión  soluciona emergencias familiares cuando se produce algún acontecimiento imprevisto, como  algún yerno  en paro o haya qua ayudar a las hijas a mantener su status social. En ese caso el abuelarra deja de serlo y se convierte en “ el viejo raro” que rechaza ser el criado fiel  todo terreno. Estos perfiles rebeldes no son frecuentes, pues desde que se jubila sigue siendo el aita amable, pero firme y  que mantiene cierto rigor, soluciona  problemas, por lo que se  valoran sus virtudes y  la rectitud de sus criterios. El abuelarra genuino es el que ha perdido su personalidad y se convierte en recadista al que la mujer y las hijas consideran el perro fiel que es  apreciado en tanto sea manso y no ladre. Los sumisos aparentan aceptar con gusto ese rol, pero otros se rebelan,  optan por poner las cosas en su lugar correcto y deciden vivir su vida, pues sienten que se les pasa y todos los planes que se hacían al jubilarse comprueban  que son irrealizables. En vez de la Barik o viajar con el Imserso habría que impartirles cursillos de autoestima para  recuperar aquel vigor y personalidad  que era su fortaleza cuando estaban en activo.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Muy buena la descripción actual de "El betea", Javier.

Sigue así, deleitándonos con tus palabras.

Un abrazo

egaz dijo...

Ro: Gracias por tu fina ironía.
Elbetea, no El vetea. Te sigo esperando.