¿QUE LOS MASTINES NO MUERDEN?
En una excursión al monte un
grupo de amigos se toparon con un rebaño de ovejas protegido por varios
mastines. En el grupo había unos valientes que se les enfrentaron cuando los
perros quisieron atacarles. Otros eran los miedosos que huyeron despavoridos.
La tensión entre los valientes y los
perros fue épica, pues la agresividad de los mastines era respondida con otra
mayor por los valientes, de manera que era difícil distinguir quienes eran los
racionales y quienes los animales.. Estos, enloquecidos, acosaron al grupo los cobardes, quienes espantados reaccionaron de
forma que los animales lo tomaron como acoso y un mastín dio un
tremendo mordisco a uno de los que huían, teniendo que ser intervenido en el
hospital. En el juicio el propietario del animal fue condenado con una multa y
seis meses de cárcel, que no tuvo que
cumplir por carecer de antecedentes. Resulta irritante que montañeros, que tienen el derecho a disfrutar
de la naturaleza, puedan ser víctima de una fiera entrenada para proteger el rebaño del ataque de alimañas. Es
evidente que en este contencioso hay un bien superior a proteger sin discusión
que es el ser racional, por tanto los derechos de los demás agentes concernidos
deben quedar supeditados a la integridad y seguridad efectiva de los montañeros
amparados por las leyes. Por tanto, no
son de recibo los hipotéticos derechos que puedan aducir en favor de los intereses
económicos de los propietarios del rebaño y
sus perros, pues son
subsidiarios, nunca prioritarios. De lo contrario supondría una aberración equiparar los derechos que protegen a un ser racional con
los de los animales que actúan por instintos. Si no se definen los límites mutuos,
se terminaría por prohibir a los
montañeros practicar su afición favorita, afición que constituye un índice de equilibrio en las sociedades
evolucionadas porque potencia la salud y
reduce el stress. Deben tenerse en cuenta los intereses legítimos de los
baserritarras, pero con las garantías efectivas de los montañeros, no sólo de
no ser atacados, sino a no ser aterrorizados cuando se encuentre un rebaño en
el monte. Es imprescindible acotar los espacios de cada una de las partes, pero
de manera eficaz. No vale el paternalismo insultante habitual de los propietarios
de los rebaños que argumentan que el perro no muerde, que sólo pretende jugar.
Y en el colmo del cinismo, afirman que si les muerden es porque no se respetan
los intereses de los propietarios que
son despreciados por personas que suben al monte sólo por diversión...
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