NACIONALISMO BUENO Y MALO
Es un honor ser amigo de Markel al que conozco desde que
íbamos a la escuela. El se orientó hacia el derecho, que finalizó con notas
brillantes. Después hizo un doctorado en La Sorbonne y trabajó en un banco en Alemania. Una institución
mundial le contrató para desempeñar un alto cargo en New York y actualmente
tiene despacho profesional en Euskadi,
con sucursales en París, Bruselas, Berlín, Londres y Los Angeles. Además imparte conferencias por todo el mundo. Como es lógico, habla varios idiomas
incluyendo el euskara, que aprendió de adulto con esfuerzo por las noches en el
euskaltegi. Nuestra amistad se renovó porque a ambos nos apasiona la montaña a
la que vamos juntos en vacaciones, a veces con algún otro amigo. En una ocasión
vino uno catalán, quien invitó a otro
suyo, creo que de Murcia. Una noche, estábamos tumbados en el exterior del refugio
después de cenar, cuando se apagaban las últimas luces del Aneto, se suscitó el
tema político y concretamente el problema para España del nacionalismo vasco, según el
compañero levantino. Se le ocurrieron algunas lindezas que los demás soportamos
con cortesía, pero ya, en un momento de exaltación dijo que el nacionalismo
vasco era retrógrado, del siglo XVIII y que no entendía cómo se podía ser separatista
vasco y si sabían escribir y leer. Markel le argumentó educadamente que era
vasco y nacionalista; que en realidad todos somos nacionalistas, pues es una
expresión de amor por la tierra donde se nace: que él respetaba a los nacionalistas
españoles, pero que demandaba que los españoles respetaran el vasco. Siguieron
algunas manifestaciones poco amistosas del murciano a las que Markel no
respondió. Pero yo le recriminé que asociara al nacionalismo vasco con la
incultura y las limitaciones que les
achacaba. Cuando le expliqué la personalidad y nivel cultural y moral de
Markel, el agresivo nacionalista español le habló en alemán para comprobar su
currículum que hice público, a lo que Markel respondió en un perfecto alemán. Después,
éste guardó un elocuente silencio. Al día siguiente, cuando nos disponíamos
para iniciar una nueva etapa, el de
Murcia se disculpó y abandonó la
excursión, bajando a Vielha donde tenía su coche. Es un ejemplo elocuente de cómo
escriben la historia los vencedores.
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