EL SAINETE DE LOS MILITARES.
La Ley
de Jurisdicciones, que estuvo en vigor en 1906, 1031 y que regulaba las
relaciones entre el poder civil y el militar, ha sido tradicionalmente una cuña
de los ejércitos para imponer su autonomía y eludir ser controlados por los diversos gobiernos. Tienen su código de
justicia, la endogamia es la base para seleccionar sus propios mandos y
disponen de los medios financieros para su independencia presupuestaria. Decía un
ministro de finanzas inglés que a los militares había que proveerlos de los
fondos que necesiten para sus juegos, y así evitar que se revelen contra el
poder constitucional. En los países con cultura democrática consolidada la
milicia está sometida al poder civil. Pero en los que es escasa, las instituciones militares
poseen gran influencia y son más que respetados,
temidos por los gobiernos. Hasta tal
punto imponen su presencia y mediatizan
la vida de la ciudadanía, que se les reserva en sus constituciones misiones específicas, atribuyéndoles la de actuar en los casos en
los que bajo su criterio exclusivo consideren que la sociedad así lo requiere. La Constitución
Española les dedica nada menos que todo el Capítulo VIII para
mediatizar la vida del país. Por tanto, actualmente, la tan denostada Ley de Jurisdicciones se halla en vigor como norma fundamental. Esa autonomía
es la permite sentencias anacrónicas que amparan la impunidad de altos mandos denunciados por
acoso sexual a personal femenino militar. Además de casos de jerarcas que al pasar al retiro, en su
despedida se permitan discursos incendiarios amenazando con alzarse en armas
contra el poder legítimo si consideran que los principios que ellos deben defender están en peligro. En tales
situaciones, el gobierno se limita a notas de prensa escuetas y vaporosas
condenando los excesos verbales, pero sin consecuencias ni sanciones que
supongan merma alguna de sus derechos. Ya lo avisaba Bertrand Russel cuando afirmaba
que “los problemas del mundo no se solucionarán mientras no se aborde el militar”. Se refería al gasto militar que
exige la reducción en detrimento del social; además de riesgo permanentes al disponer
de armas que pueden utilizar a su libre albedrío para bloquear las decisiones
democráticas de la ciudadanía.
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