viernes, 25 de diciembre de 2015

NACIONALISMO BUENO Y MALO



NACIONALISMO BUENO Y MALO  
Es un honor ser amigo de Markel al que conozco desde que íbamos a la escuela. El se orientó hacia el derecho, que finalizó con notas brillantes. Después hizo un doctorado en La Sorbonne y  trabajó en un banco en Alemania. Una institución mundial le contrató para desempeñar un alto cargo en New York y actualmente tiene  despacho profesional en Euskadi, con sucursales en París, Bruselas, Berlín, Londres y Los Angeles. Además  imparte conferencias por todo el mundo.  Como es lógico, habla varios idiomas incluyendo el euskara, que aprendió de adulto con esfuerzo por las noches en el euskaltegi. Nuestra amistad se renovó porque a ambos nos apasiona la montaña a la que vamos juntos en vacaciones, a veces con algún otro amigo. En una ocasión vino uno catalán,  quien invitó a otro suyo, creo que de Murcia.  Una noche,  estábamos tumbados en el exterior del refugio después de cenar, cuando se apagaban las últimas luces del Aneto, se suscitó el tema político y concretamente el problema  para España del nacionalismo vasco, según el compañero levantino. Se le ocurrieron algunas lindezas que los demás soportamos con cortesía, pero ya, en un momento de exaltación dijo que el nacionalismo vasco era retrógrado, del siglo XVIII y que no entendía cómo se podía ser separatista vasco y si sabían escribir y leer. Markel le argumentó educadamente que era vasco y nacionalista;  que en realidad  todos somos nacionalistas, pues es una expresión de amor por la tierra donde se nace: que él respetaba a los nacionalistas españoles, pero que demandaba que los españoles respetaran el vasco. Siguieron algunas manifestaciones poco amistosas del murciano a las que Markel no respondió. Pero yo le recriminé que asociara al nacionalismo vasco con la incultura y  las limitaciones que les achacaba. Cuando le expliqué la personalidad y nivel cultural y moral de Markel, el agresivo nacionalista español le habló en alemán para comprobar su currículum que hice público, a lo que Markel respondió en un perfecto alemán. Después, éste guardó un elocuente silencio. Al día siguiente, cuando nos disponíamos para iniciar una nueva etapa, el  de Murcia se disculpó y  abandonó la excursión, bajando a Vielha donde tenía su coche. Es un ejemplo elocuente de cómo escriben la historia los vencedores.


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