domingo, 7 de julio de 2013

GRINA EUSKARAREN ALDE





















ALEGIAZKO IPUINA



GRINA EUSKARAREN                    ALDE                                                                  
                                                         




                              Javier Orcajada del Castillo















                                                                                           







                                                                                    


           GRINA EUSKARAREN ALDE                                    




                                              ALEGIAZK IPUINA







Acababa de cenar en el refugio después de hacer cumbre en aquel mítico monte que varias veces se le había resistido. Eran más de las diez de la noche y la oscuridad se cernía sobre el espacio próximo, aunque aun con luz y  matices.  Estaba radiante de felicidad y al mismo tiempo la nostalgia le invadió al tumbarse en la hierba junto a un nevero, desde donde veía la cumbre luminosa y nevada del Aneto al que los últimos rayos del sol de la tarde le daban un aspecto de fantasía, luminosidad y colorido.
Se sintió tan feliz  en medio de una sensación amable y cálida, que le entró un sopor que le impedía saber si aquella situación era real o un sueño.
Se encontró delante del espejo vistiéndose pausadamente el chaqué  para la ceremonia  de presentación para ser aceptado como miembro correspondiente de Euskaltzaindia. Repetía una y mil veces el discurso que había redactado con todo esmero y comprobó que le fluía con facilidad y que fuera leído y revisado por sus buenos compañeros que le habían presentado como candidato al sillón H, vacío desde el fallecimiento de una célebre lingüista de Iparralde a la que no conocía.
Ciertamente, su euskara era elegante, rico y por ello se sintió orgulloso. Sobre todo por el esfuerzo que le costó aprenderlo y las múltiples ocasiones que tuvo que recuperar la moral y decidir continuar y no abandonar. Pero le mereció la pena pues estaba considerado como uno de los lingüistas del euskara con mayor proyección.
Al entrar en el salón de actos del teatro donde se celebraba el acontecimiento vio entre el numeroso público a gran parte de los/as irakasle del euskaltegi de Zeanuri, donde había estudiado varios cursos. También le satisfizo encontrarse con las miradas de compañeros y compañeras de su época de ikasle. Toda la tranquilidad y seguridad que  había  logrado a base de sugestión y de imaginarse la escena se le vino abajo, pues se puso nervioso y comprobó con espanto que no recordaba nada en absoluto de su bien aprendido discurso. Creyó que iba a derrumbarse.
Pero le tranquilizó Ikerne: una niña de doce  años, hija de unos buenos amigos que estaban también en el salón, que le dijo:
··lasai, osabi, lasai, que lo vas a hacer bien; que yo te voy a estar mirando y si te trabes, mírame y lograrás continuar”.
Así fue. El discurso lo expuso correctamente, no hubo nada que reseñar, incluso en su riqueza imaginativa, se salió del guión e improvisó dándole algún tono jocoso que despertó tímidas sonrisas cómplices del público.
El discurso de respuesta estuvo a cargo de otra académica cuyo nombre desconocía, sólo percibió que  sonría continuamente y que actuaba con absoluta naturalidad. Tenía un aire a una artista de cine vasca que actuaba en películas en Euskara. No recordaba su nombre. Todo ello emocionó al aspirante a académico.
 El frío le despertó, miró el reloj: eran más de las doce de la noche. Se habían disipado los rayos del sol que iluminaban la cumbre del monte que se le resistió,  decidiendo entrar al refugio. Se metió en el saco y trató de conciliar el sueño, pero estaba desvelado y tenía la mente con una claridad sorprendente.
Recordó el sueño que había tenido en el exterior y se sintió triste porque la carroza se había transformado en calabaza, comprobando que después de más de cinco años su euskara era aun elemental. Pero a lo largo de su desvelada noche fue descubriendo que aquel sueño era algo más que una historia sin mensaje. Que la académica que le recibía como aspirante era realmente su profesora del recientemente finalizado curso en el Euskaltegi y que, paradójicamente, su propio discurso no lo recordaba, pero sí varios pasajes del de acogida  de aquella joven académica que le respondió para su ingreso en Euskaltzaindia.
No supo valorar la calidad y el contenido del mismo, pero sí creyó recordar con claridad que le animaba para que siguiera con el esfuerzo que hacía para aprender el Euskara y seguir con entusiasmo estudiando una lengua que algunos valoraban  tan primitiva, con sonidos guturales y sin matices, que sólo servía para comunicarse entre  gente inculta.  Que era una pérdida de energías, sugiriendo aplicar el esfuerzo a aprender lenguas más útiles y extendidas. Cierto que la irakasle le expresaba con frecuencia su satisfacción al ver el interés que ponía para aprender, y eso le estimulaba para continuar. Además, se sentía orgulloso por el esfuerzo que realizaba  para aprender su lengua, sintiéndose avergonzado por conocer varias lenguas extranjeras e ignorar la propia .Aunque  siempre  respondía que de poco le valía, pues por más que estudiaba no progresaba, si bien en su intimidad se sentía orgulloso cuando la irakasle le elogiaba cualquier respuesta o ejercicio correcto.
Su pasión era  aprender: no en balde  recordaba la máxima del libertador, José Martí: “Ser cultos para ser libres” Que su voluntad de estudiar euskara supone en sí un motivo de satisfacción.
Se levantó temprano y dio por terminada la excursión,  poniendo rumbo hacia el parking donde había dejado el coche para volver a Benasque.
Durante el trayecto de bajada, mientras gozaba de la satisfacción íntima de haber  logrado el éxito después de dos tentativas fallidas, recibió un mensaje de la irakasle del euskaltegi:
 “La dirección  me encomienda que te comunique con la máxima delicadeza para no herirte, que no te matricules  el curso próximo en euskara, pues se te considera un caso perdido, sugiriéndote que te orientes hacia otra lengua más accesible”
Sintió escuchar la comunicación y la frialdad con la que lo hizo. Le quitó todo vestigio de alegría por el sueño fantástico que tuvo cuando le admitieron como miembro de Euskaltzaindia. Pero no se amilanó: decidió buscar algún euskaltegi en el que  no le conocieran y matricularse con un nombre inventado. Estaba decidido a aprender su lengua para poder expresarse en ella con sus conciudadanos. Realmente el Euskara significaba su pasión, aunque reconoció que en  ocasiones algunos euskaldunzaharrak se habían mostrado despectivos al cometer errores al expresarse. Hubiera esperado más comprensión y menos rigor. No le dio excesivo valor. Pensó que en todos los lugares hay descerebrados.
Pero supo restablecer  su jerarquía de valores: la mayoría de la gente que sabía que estudiaba Euskara con tanto entusiasmo sentía por él admiración por  lograr hablarlo, aunque rudimentariamente. Recordó con simpatía aquella sentencia de su inteligente amiga Anche: “No discutas con un tonto porque te hará descender a su nivel y te ganará por experiencia” . Qué razón tenía…
Al llegar al aparcamiento vio que en el parabrisas de su coche tenía una nota escrita en euskara, no sabía de quien, que  decía:

eta egia ez bazan sar dadila kalabazan, eta irten dadila”.




                       BUKAERA

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