miércoles, 25 de diciembre de 2013

EL TENEBROSO ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS



EL TENEBROSO ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS
A los políticos y patriotas imperiales se les llena la boca cuando sacralizan su Estado  y condenan a los nacionalistas por insolidarios  porque, según ellos,  muestran su carácter identitario excluyente, no como ellos, que se califican de antinacionalista, y que son incluyentes alrededor de las estructuras  que configuran la “Madre Patria” Los orígenes de los Estados tienen son fruto de invasiones por guerras y violencias de los fuertes que dominan a sus vecinos pacíficos, quedando asimilados perdiendo sus identidades bajo el dominio del rey o el emperador invasor. Estos monarcas repartían a sus hijos naturales o legítimos sus territorios conquistados por medio de la violencia de las armas casándoles con  herederos de otros reinos por “razones de Estado”, nunca según sus sentimientos,  de manera que sus súbditos eran transferidos  junto con los territorios a los nuevos propietarios sin tenerse en cuenta sus identidades ni  aspectos  étnicos históricos  como idiomas comunes, costumbres y sentimiento de ser diferentes, no superiores ni inferiores a otros pueblos. Por tanto, , una vez logrado pacificarlas por las armas, exigen a los pueblos sojuzgados cumplir las leyes que les imponen y que no se sirvan de la violencia para liberarse de los que han invadido sus territorios por ese medio. Proclaman e imponen sus constituciones, fijan las fronteras de sus posesiones por medio de ejércitos y aparatos policiales para controlar a las poblaciones invadidas. Los nuevos Estados fruto de invasiones eran propiedad privada de los reyes, quienes impartían su peculiar justicia, exigían impuestos confiscatorios para mantener las monarquías absolutas porque eran  reyes “por la gracia de Dios”. Aunque la historia de los monarcas españoles nos muestre a personajes extraños, enfermos como consecuencia de la endogamia, obsesos sexuales unos, otros misóginos, pero todos parecían buscados entre los seres más inútiles, quizá para que pudieran ser manejados por sus validos, amantes a su vez de sus reinas consortes. Con estas mimbres se han creado unos Estados que han asimilado naciones, y comunidades que conservan desde siempre su sensación de haber sido invadidas y por ello resulten para sus metrópolis elementos extraños a los que hay que domar con el palo y la zanahoria de la autonomía y les permitan expresarse minoritariamente en su idioma, siempre que no perjudique al del imperio. Aunque el trato del gobierno central es tan paternalista y le dan  carácter de “romántica antigualla” lo que es  exigencia de sus derechos históricos, que  los pueblos terminan  por hartarse de mentiras y de conculcación de sus derechos y decidan convocar consultas democráticas para que la población determine el régimen de relaciones con los poderes que les impone el Estado. Es entonces cuando el centralismo se  percata de que la decisión de autodeterminarse no es una vuelta al pasado, tal como ha sido  tradicional y ofrece negociar nuevas relaciones con trampa. Además, excitan la reacción del resto del Estado para crear una opinión visceral contraria a la autorización de la consulta aduciendo argumentos constitucionales y de fuerza, cuando lo se requiere es admitir los derechos de los pueblos a  la  autodeterminación, tal como lo exigen los múltiples tratados y convenios internacionales que proclaman los derechos humanos individuales y nacionales. Esos Estados centralistas deberían conocer que a lo largo de la historia nunca se ha producido el hecho de que ningún pueblo   haya logrado segregarse de su metrópoli de acuerdo con  Constituciones, que siempre han tenido como origen la violencia y la represión de los Estados centralistas.

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